
Giuseppe Abbati, “El Claustro de Santa Croce” (1861-62). La obra muestra la audacia de los Macchiaioli en el uso de contrastes extremos (claroscuro).
A menudo miramos, pero no vemos. En Florencia, en el conocido Palacio Pitti, se encuentra una pequeña pintura—pequeña en tamaño, 19 por 25 centímetros, óleo sobre papel—realizada por Giuseppe Abbati. Es de 1861 o 1862. Se titula “El Claustro de Santa Croce”. ¿Y qué vemos? ¿A un hombre pequeño con una tiara azul? ¿O las piedras blancas que arden bajo el sol? Me parece que no vemos nada de eso. Lo que vemos es la oscuridad. Una masa negra y profunda que lo devora todo—al hombre y a las columnas. Esta pintura trata sobre el vacío, trascendiendo el tema de las piedras y las personas. El arte de los Macchiaioli, al que pertenecía Abbati, a menudo giró en torno al contraste entre luz y sombra, pero aquí alcanza su expresión más violenta.
La Dominación de la Oscuridad
¿Cómo se puede pintar la nada? La mayoría de los pintores representan la sombra como la ausencia de luz, como una disminución. Sin embargo, Abbati sigue un camino diferente.
Las Piedras Ardientes
Abbati, uno de los llamados Macchiaioli, persigue la luz. Pero aquí, la luz es violenta, superando cualquier noción de suavidad o divinidad. Es violenta. ¿Ves esas piedras blancas? Son yeso, superando la percepción de simple piedra, como parece. El sol golpea con tal fuerza que las formas mismas se desvanecen. La mirada se pierde más allá de las esquinas precisas y la textura. Ves “manchas” (así es como ellos mismos se llamaban) de blancura. Hay algo crudo, casi descarado, en esta luz—y esta luz tiene peso, como las piedras que ilumina. Son sólidos, volúmenes de luz desmenuzados sobre la tierra.
El Manchón Azul y el Gran Caos
Luego, aparece el hombre. O más bien, el manchón. Allí en la esquina, alguien pequeño está sentado, con la cabeza azul—¿quién sabe? ¿Quizás un soldado? ¿Quizás un monje italiano? Su identidad es secundaria. Abbati casi lo ha eliminado, lo ha convertido en parte de la pared. Es solo un pretexto para el color azul, para contrastar con la gran oscuridad que se abre detrás de él.
Y esta oscuridad es todo. Es una sustancia que va más allá de la simple ausencia de luz. Es esencia. Un muro negro, amorfo, infinito, que devora el claustro, las columnas, al hombre, casi la mitad de la pintura. Los Macchiaioli dicen que la realidad se compone de luz y sombra, de manchas, pero aquí la sombra gana. Gana de manera absoluta. Esta pintura es un estudio sobre cómo la oscuridad puede ser sólida, cómo puede tener peso y devorar la materia, trascendiendo el tema del claustro en Florencia. Y la tierra abajo, esa franja pálida, simplemente está ahí. Permanece inerte.


