
Pílea de cerámica, tercer cuarto del siglo IV a.C., atribuida al Grupo G. Se encuentra en la colección del Metropolitan Museum of Art (The Met), Nueva York.
El grifo, esta criatura enigmática con cuerpo de león, cabeza y alas de águila, es una de las formas más imponentes que la imaginación humana ha creado. No es simplemente un monstruo. Simboliza el poder absoluto, combinando la autoridad real del león, el soberano de la tierra, con la dominación divina del águila, el rey de los cielos. Su historia no comienza en las montañas de Grecia, sino que se pierde en las profundidades de las antiguas civilizaciones de Oriente Próximo, donde la ficción y la realidad a menudo coexistían. El estudio de su trayectoria, desde las primeras representaciones en Egipto y Mesopotamia hasta su incorporación en el arte y la literatura griega, revela un fascinante recorrido de intercambios culturales, donde esta criatura se transformaba, adquiriendo nuevos simbolismos y funciones, reflejando las percepciones y creencias de cada pueblo que la adoptaba. Este análisis abordará al grifo no como un objeto religioso, sino como un testimonio histórico y artístico, un indicador de la interconexión de las antiguas civilizaciones (McClanan).
Orígenes Orientales y Narrativa Griega
La presencia del grifo se siente mucho antes de que los griegos lo incluyan en su propio panteón mitológico. De hecho, las representaciones más antiguas conocidas se encuentran en el arte de Elam y Mesopotamia desde el IV milenio a.C., así como en sellos y murales egipcios, donde a menudo aparecía como guardián de lugares sagrados o protector de los faraones, una clara indicación de su conexión con el poder y lo divino. Su forma, como sostiene la tradición egipcia y semítica occidental, ya estaba establecida como un híbrido de águila y león, encarnando una fuerza de la naturaleza poderosa y a menudo amenazante que el ser humano debía respetar (Wyatt). Estas criaturas aladas no eran meros adornos; funcionaban como símbolos apotropaicos, capaces de alejar el mal y asegurar el orden, una percepción que viajaría junto con su imagen a lo largo de toda la cuenca del Mediterráneo oriental. Pero, ¿cómo llegó esta criatura oriental a las costas del Egeo? La respuesta se encuentra en las rutas comerciales y los contactos culturales que se intensificaron durante la temprana Edad del Hierro. A través de los comerciantes fenicios y los talleres artísticos de Siria y Anatolia, el grifo, junto con otras criaturas míticas como esfinges y sirenas, fue introducido en el mundo griego durante el llamado período orientalizante, en los siglos VIII y VII a.C., fertilizando el arte y la mitología locales.
Los griegos, con su inigualable capacidad para asimilar elementos extranjeros y dotarlos de nuevos significados originales, no solo adoptaron la imagen del grifo. Le dieron una identidad específica y un papel protagónico en una de las historias más cautivadoras de la mitología geográfica. El historiador Heródoto, en el siglo V a.C., es el primero en detallar el mito de los grifos como guardianes del oro. Según su relato, basado en epopeyas anteriores como las “Arimaspeias” de Aristeo de Proconeso, los grifos habitaban en las remotas y montañosas regiones del norte de Asia, probablemente en los montes Urales o Altai, en una tierra rica en depósitos de oro, que protegían con feroz determinación. Allí, en los confines del mundo conocido en ese entonces, estas poderosas criaturas debían enfrentarse a los Arimaspos, un pueblo mítico que constantemente intentaba robar su valioso tesoro. Esta narrativa, que combina elementos de fantasía, geografía y moralidad (la avaricia que es castigada), consolidó la imagen del grifo en la conciencia griega como el guardián supremo. Es interesante que enfoques geomíticos contemporáneos conecten este mito con posibles actividades mineras reales en Asia Central y, sobre todo, con el descubrimiento de fósiles del dinosaurio Protoceratops en el desierto de Gobi, ya que el pico, la postura cuadrúpede y el caparazón óseo de esta criatura presentan sorprendentes similitudes con las antiguas descripciones y representaciones de los grifos (Mariolákos). Quizás los antiguos nómadas escitas, al ver estos extraños fósiles emerger de la tierra, los interpretaron como los huesos de criaturas míticas que custodiaban los tesoros del subsuelo. Esta fascinante teoría otorga una inesperada, casi paleontológica, dimensión al mito. La resonancia de esta historia fue enorme, convirtiendo al grifo en un tema extremadamente popular en el arte griego arcaico, donde se convirtió en un motivo común con intensos simbolismos (Mesbah & Shadrokh).

Relieve arcaico elaborado de terracota con la representación de un grifo, representativo de la cerámica del siglo VI a.C., se encuentra en el Metropolitan Museum of Art.
Representación Artística y Legado Duradero
La adopción del grifo por parte del arte griego fue inmediata y entusiasta. Desde principios del siglo VII a.C., su forma comenzó a aparecer con notable frecuencia en una amplia gama de medios artísticos, demostrando su rápida incorporación al vocabulario visual de la época. ¿Dónde lo encontramos? Lo vemos adornando los bordes y las asas de enormes calderos de bronce, como aquellos dedicados a grandes santuarios como Olimpia y Delfos, donde sus cabezas, con el pico curvado y las grandes orejas erguidas, funcionaban simultáneamente como elementos decorativos y apotropaicos. Esta conexión, como señalan los hallazgos arqueológicos, fue particularmente fuerte tanto en la Grecia arcaica como en las culturas nómadas de Asia Central, sugiriendo un núcleo simbólico común (Lymer). Además, los grifos se convirtieron en protagonistas de representaciones de cerámica, donde eran representados ya sea individualmente, en posición de alerta, o en escenas de feroz combate contra los Arimaspos, así como acompañantes de deidades como Apolo y Dionisio, subrayando su dimensión divina (Vláhou).
Sin embargo, el legado del grifo no se limitó a la antigüedad. Su fuerte carga simbólica, que combinaba vigilancia, poder y justicia divina, le aseguró un lugar en las culturas que le siguieron. Los romanos lo utilizaron ampliamente en la arquitectura y el arte decorativo, mientras que durante la Edad Media, el grifo se convirtió en un popular símbolo heráldico, encarnando la valentía aristocrática y el linaje noble, así como en una forma alegórica de la teología cristiana, donde su doble naturaleza (terrenal y celestial) fue interpretada como símbolo de la doble naturaleza de Cristo. Su trayectoria continúa hasta hoy, ya que sigue siendo una figura querida en la literatura contemporánea de fantasía y en la cultura pop. En definitiva, el grifo es mucho más que un simple monstruo mítico. Es una constante cultural atemporal, un símbolo que ha viajado a través del espacio y el tiempo, transformándose constantemente para expresar la eterna búsqueda humana de comprender fuerzas que trascienden la realidad mundana, conectando el mundo de los hombres con el de los dioses.
La Doble Naturaleza del Grifo: Simbolismo, Función y Resonancia Duradera
El análisis de la representación artística del grifo revela mucho más que una simple preferencia estética. Descubre una profunda creencia en su poder simbólico. Pero, ¿por qué esta criatura en particular, y no otra, ocupó un lugar tan prominente en la conciencia colectiva de tantos diferentes culturas? La respuesta se encuentra en su propia naturaleza compleja, en la unión armónica de dos criaturas que encarnan la soberanía absoluta en su propio reino. El león, con su indiscutible poder terrenal y su gracia real, representa el coraje, la fuerza y el dominio sobre el mundo material. Por otro lado, el águila, el señor de los cielos que puede volar más cerca del sol que cualquier otra criatura, simboliza la espiritualidad, la aguda percepción, la libertad y la sabiduría divina. Por lo tanto, el grifo no es un simple híbrido. Es la perfecta alegoría del equilibrio. Encarnando la unión ideal de la fuerza con la sabiduría, de la materia con el espíritu, de lo mortal con lo divino, una cualidad que le permitió asumir múltiples y a menudo contradictorios roles dentro de las narrativas mitológicas. El estudio de estos roles, que se extienden desde Oriente Próximo hasta la Grecia clásica y más allá, nos permite comprender más profundamente no solo a la criatura misma, sino también a las sociedades que la adoraron, la temieron y la representaron. Esta Griffinología, el examen sistemático del grifo como fenómeno cultural, nos revela un mundo donde el mito funcionaba como la clave para interpretar la realidad (McClanan).

El líquido (06.1021.199) se encuentra en la colección del Metropolitan Museum of Art de Nueva York. Data de principios del siglo IV a.C. y representa un grifo entre dos mujeres, probablemente figuras mitológicas.
Guardían, Castigador y Psicopompo: Los Múltiples Roles en el Panteón Antiguo
El papel más reconocible del grifo es, sin duda, el de guardián. Sin embargo, no era un simple vigilante. Era el guardián supremo, encargado de proteger los tesoros más valiosos, ya fueran materiales, como el oro de los escitas, o espirituales. Esta función, que tiene sus raíces en la tradición egipcia y semítica occidental donde protegía las tumbas de los faraones (Wyatt), encontró su perfecta expresión en el arte griego. Lo encontramos erguido sobre monumentos funerarios, actuando como un silencioso guardián del descanso eterno, previniendo a los saqueadores y a las fuerzas maliciosas. Los ricos hallazgos arqueológicos de cementerios en Grecia y Eurasia, que incluyen joyas, utensilios y armas decoradas con formas de grifos, confirman esta profunda conexión de la criatura con la muerte y la vida después de la muerte (Lymer). Su presencia no solo significaba protección; declaraba que este espacio era sagrado, inviolable, bajo la tutela de una entidad poderosa y sobrenatural.
Sin embargo, la naturaleza del grifo también contenía un aspecto oscuro y punitivo. Su propia ferocidad, necesaria para su misión como guardián, lo convertía en un temible instrumento de justicia divina. En el mito de los Arimaspos, el grifo no es simplemente un guardián pasivo. Es un castigador activo, que ataca y devora a aquellos que, cegados por la avaricia, se atreven a violar su territorio. Esta dimensión refleja un principio moral común en el mundo antiguo: la hybris, la arrogante transgresión del límite, es seguida por la nemesis, la venganza divina. El grifo, con sus garras afiladas y su pico puntiagudo, se convertía en la encarnación visible de la nemesis, una advertencia para los mortales sobre los límites de la ambición humana. Pero más allá de guardián y castigador, hay una tercera interpretación más interna de su papel: la de psicopompo. Como criatura que combina la tierra y el cielo, el grifo estaba idealmente diseñado para funcionar como guía de las almas. Su capacidad para moverse entre los dos mundos lo convertía en un mediador, un guía que podía transportar de manera segura el alma del difunto desde el mundo terrenal al reino de los dioses o al Inframundo, asegurando su correcta transición. Este papel, aunque menos explícitamente formulado en las fuentes escritas, se insinúa fuertemente por su constante presencia en el arte funerario, donde no solo actúa como un espanto para los vivos, sino también como compañero para los muertos en su último viaje.

Crater corintio con grifos y cisne (1979.11.7), c. 580-550 a.C., con asas de tipo calcídico. La obra, que se exhibe en el Metropolitan Museum of Art, es el ejemplo más antiguo conservado en la cerámica corintia.
Del Mito a la Alegoría: La Transformación de un Símbolo Eterno
La sorprendente capacidad del grifo para sobrevivir a través de los siglos, saltando del papel de temible guardián de los tesoros escitas—una narrativa que, como sugieren enfoques geomíticos contemporáneos, puede tener sus raíces en hallazgos paleontológicos (Mariolákos)—a la de símbolo cristiano de la doble naturaleza del Hombre-Dios, demuestra la resiliencia y plasticidad de las imágenes arquetípicas que tocan las cuerdas más profundas del alma humana. Con la decadencia del mundo antiguo, el grifo no desapareció. Por el contrario, se transformó. En el Imperio Romano, mantuvo en gran medida su carácter decorativo y apotropaico, pero fue en la Edad Media donde experimentó un notable renacimiento. Su doble naturaleza fue interpretada por los teólogos cristianos como la perfecta alegoría de Jesucristo, quien era simultáneamente hombre (león, el rey de la tierra) y Dios (águila, el rey de los cielos). Así, un símbolo eminentemente pagano se integró sin problemas en la iconografía cristiana, decorando iglesias y manuscritos, simbolizando la Resurrección y la justicia divina.
Al mismo tiempo, el grifo se convirtió en una de las criaturas más queridas de la heráldica medieval. Los nobles y las casas reales lo adoptaron en sus escudos como símbolo de la valentía suprema, la virtud militar y el gobierno sabio, combinando la fuerza bélica del león con la agudeza y el linaje noble del águila. Este recorrido cultural, desde Oriente a Grecia y desde allí a la Europa medieval, demuestra cómo las representaciones de seres míticos no son entidades estáticas, sino dinámicas que se adaptan, cambian y adquieren nuevos significados (Vláhou). El hecho de que el grifo se haya convertido en un motivo común en culturas tan diversas subraya la resonancia universal de su idea central (Mesbah & Shadrokh). Hoy en día, su legado continúa inalterado. Lo encontramos en la literatura de fantasía, en el cine, en los videojuegos, siempre en el papel de poderoso guardián, noble aliado o temible adversario. El grifo permanece inmortal, no porque alguna vez existió como un ser biológico, sino porque encarna una idea humana eterna: la creencia de que la verdadera fuerza no reside solo en el poder físico, sino en la unión armónica de este con la claridad espiritual y la integridad moral. Es, en última instancia, el símbolo del gobernante ideal, del guerrero perfecto y del vigilante protector. Una criatura nacida del mito, que aún nos habla de las verdades más profundas de la naturaleza humana.
Bibliografía
Lymer, K., 2018. Griffins, Myths and Religion—a review of the archaeological evidence from ancient Greece and the early nomads of Central Asia. Art of the Orient, 7, pp. 69-93.
Mariolákos, H.D., 2013. Μεταλλευτική και μεταλλουργική δραστηριότητα των προϊστορικών κατοίκων του Αιγιακού και πέρι-Αιγιακού χώρου: μια γεωμυθολογική προσέγγιση. Δελτίο της Ελληνικής Γεωλογικής Εταιρίας, 47(4), pp. 1827-1853.
McClanan, A.L., 2024. Griffinology: The Griffin’s Place in Myth, History and Art. Reaktion Books.
Mesbah, B. & Shadrokh, S., 2022. A Comparative Study of Griffin Motif in Iran and Greece. Negareh Journal, 17(61), pp. 49-65.
Vláhou, A., 2005. Παραστάσεις από τα έπη και τους μύθους στην αγγειογραφία των γεωμετρικών και πρώιμων αρχαϊκών χρόνων (8ος-7ος αιώνας π. Χ.). Διδακτορική Διατριβή. Πανεπιστήμιο Θεσσαλίας.
Wyatt, N., 2009. Grasping the griffin: identifying and characterizing the griffin in Egyptian and West Semitic tradition. Journal of Ancient Egyptian Interconnections, 1(1), pp. 29-39.

