
“Hombre con Loro” (c. 1540), obra de Niccolò dell’Abbate. El retrato se encuentra en el Museo de Historia del Arte en Viena.
En Viena, en el Museo de Historia del Arte, cuelga un cuadro. Fue creado por Niccolò dell’Abbate, un italiano, alrededor del año 1540, pintado al óleo sobre tela. ¿Qué vemos? Un hombre. Quizás joven, pero su mirada es antigua. Lleva un sombrero adornado con una pluma blanca y viste ropas negras, muy negras, excepto por el cuello y los puños blancos. Está sentado junto a una mesa, y sobre la mesa hay un ave, un loro rojo, algo notable. El hombre mira más allá de nosotros. Y más allá del loro. Su mirada se dirige fuera del cuadro, hacia la izquierda, como si contemplara algo o a alguien más—quizás al propio pintor, o tal vez a nadie en particular. Su mano derecha reposa sobre la mesa, tranquila. Sin embargo, la izquierda sostiene una fruta, que parece ofrecer al ave, o quizás está a punto de retirarla. Esta ambigüedad de la mano, la falta de claridad, permea toda la obra. Todo fluye aquí, aunque todo parece inmóvil. El loro es el único que parece estar vivo, mientras que el hombre se asemeja a una estatua.
La Mirada Desviada y el Testigo Rojo: La Escena del Absurdo
Muchos pintores representan a las personas mirando hacia nosotros. Nos invitan a su mundo. Sin embargo, el hombre de Abbate sigue un camino diferente. Nos desaira con su silencio. Su mirada, dirigida hacia allí, crea un espacio que no podemos cruzar, un espacio invisible entre nosotros y la imagen, y en ese espacio reside la verdadera escena, lo que él ve y nosotros ignoramos. ¿Y qué hay detrás? Un pesado telón verde. Y en la oscuridad, vagamente, quizás un jardín u otra pintura. Indefinido. Todo aquí permanece borroso, excepto la melancolía.
El Loro como Elemento Clave
Así que, el loro. Rojo, brillante. Muchos dicen que los loros simbolizan riqueza o conocimiento exótico, ya que provenían de las Indias y se vendían por grandes sumas. Sin embargo, para mí, representa algo diferente. Este loro es el único ser vivo en el cuadro, trascendiendo la simple noción de símbolo. ¿Ves su cabeza? Se inclina hacia la mano del hombre, hacia la fruta. El hombre, como muerto en sus ropas negras, frío como la piedra, mientras que el loro es la vida misma, el deseo simple—comer. Quizás eso es lo único que el pintor quiso mostrar: la oposición entre la fría riqueza, que mira hacia lo invisible, y la cálida, pequeña vida, que solo busca la fruta. La mano en medio. ¿Da o recibe? Indeterminado.

