
El fresco de los Santos Constantino y Elena (siglo XII) en la Catedral de Santa Sofía en Nóvgorod, un poderoso símbolo de la transferencia del poder bizantino.
Estas figuras no están exactamente aquí. Flotan, podrías decir, sobre una pared que ha olvidado su apariencia original, fantasmas de un imperio que ha sobrevivido a través de tales imágenes efímeras, trasladadas a kilómetros de su lugar de origen. Nos encontramos ante un fresco del siglo XII, una de las muchas capas de historia que cubren las paredes de la Catedral de Santa Sofía en Nóvgorod, Rusia. Representa al Gran Constantino y a su madre, Santa Elena, sosteniendo la Cruz Sagrada. El deterioro es evidente, casi doloroso: el yeso se ha agrietado, los colores se han desvanecido, los rostros han perdido sus rasgos, y sin embargo, su postura sacerdotal, la frontalidad absoluta y su imponente presencia permanecen casi inalteradas, un testimonio obstinado de una época que intentaba establecer su propia identidad tomando prestados los símbolos de otra, más antigua y poderosa. La pregunta no es tanto teológica como política: ¿por qué estos dos, y por qué aquí, en este puesto avanzado del emergente mundo de los Rus? La respuesta se encuentra en la misma necesidad de legitimación, en la transferencia de un modelo de poder que conecta directamente la hegemonía terrenal con la aprobación divina, un principio fundamental para la ideología dinástica de los Rus (Simmons).
La Realidad Material de una Idea Imperial
Es necesario olvidar por un momento la dimensión religiosa para ver lo que realmente está sucediendo aquí. Lo que observamos no es una simple pintura religiosa, sino un manifiesto político plasmado en yeso húmedo. Es la propia textura de la historia, el esfuerzo de un nuevo poder por revestirse con el manto de la herencia romana y bizantina. La elección de las figuras, Constantino y Elena, no es en absoluto casual para la historia de Nóvgorod, una ciudad-estado que buscaba modelos de prestigio y estabilidad.
La Mirada sobre el Yeso Deteriorado
Acercémonos a la pared. La técnica es la del fresco, al fresco, que requiere rapidez y certeza, ya que el color debe aplicarse mientras el yeso aún está húmedo. El contorno es intenso, casi duro, delimitando las figuras con una certeza que contrasta completamente con su estado fragmentado actual. Las vestimentas son imperiales, elaboradas, llenas de patrones geométricos y simulaciones de piedras preciosas. Es el loros bizantino, la vestimenta ritual que simbolizaba la suprema autoridad del emperador en Constantinopla. Aquí, en el clima frío de Nóvgorod, esta vestimenta no es solo ropa; es una declaración. Es la representación visual de toda una cosmovisión, una especie de publicidad política que dice: “Nosotros también somos herederos de esta gran tradición”. La propia iconografía de Nóvgorod, como ha demostrado la investigación pertinente, se caracteriza por una robustez arcaizante, una negación de la gracia clásica en favor de la monumentalidad (Kriza). Las figuras no te miran tanto, como te obligan a reconocerlas.
La Cruz como Emblema Político, No (Solo) Religioso
Y luego, está la cruz. Colocada justo en el centro de la composición, entre las dos figuras, actúa como un eje visual e ideológico. No es solo el símbolo de la fe cristiana. Es, ante todo, el trofeo de la victoria de Constantino en el Puente Milvio, el emblema que transformó una religión marginal en una ideología estatal. Elena, al encontrar la Cruz Sagrada en Jerusalén, otorga a este trofeo militar la necesaria sacralidad y autenticidad. Al sostenerla juntos, madre e hijo no solo muestran su devoción; fundamentan una dinastía que obtiene su legitimidad directamente de Dios a través de este objeto específico. Esta tradición sobre Constantino y la procedencia divina de su poder era lo que la hacía tan atractiva para los gobernantes de Nóvgorod (Плюханова). Este fresco, por lo tanto, actúa como un espejo, donde los príncipes locales podían ver su propio poder elevado y santificado, conectado con el origen del imperio cristiano. Y así, el mensaje se transmite.

Un Mensaje en la Pared: El Público y el Contexto
¿Para quién, entonces, estaba destinado este espectáculo austero y algo sobrenatural? Ciertamente no para el simple fiel analfabeto que buscaba consuelo. Su ubicación dentro de la catedral—probablemente cerca de una entrada o en una capilla, como el pórtico del Martirio, un punto de paso para los funcionarios—sugiere un público más específico. Esta imagen hablaba a príncipes, obispos, boyardos, es decir, a aquellos que comprendían el lenguaje del poder y reconocían el valor del sello bizantino. Era un recordatorio constante de la fuente de su propio poder, una forma de verse a sí mismos como continuadores de un sagrado y imperial plan que había comenzado siglos antes, en las orillas del Tíber y del Bósforo, y que ahora encontraba una nueva y sorprendente patria en las orillas del río Voljov.
El Imperio “Traducido”
Lo que vemos aquí, en última instancia, no es una simple copia. Es un acto de traducción cultural y política. La Ortodoxia Oriental proporcionó el marco ideológico, y las imágenes bizantinas el vocabulario visual (Grishin). Sin embargo, este lenguaje, cuando se habla con acento ruso, adquiere un matiz diferente. La sutileza y el refinamiento del arte de la última dinastía comnena, que se encontraría en Constantinopla, aquí cede el paso a una declaración de poder más áspera, más directa e intransigente. Es un imperio adaptado a las necesidades de la frontera, menos complejo teológicamente, pero absolutamente claro en su mensaje político. El programa total de los frescos de la catedral funcionaba como un discurso bien organizado, donde cada imagen tenía su lugar y su papel en la construcción de este nuevo mundo (Царевская).
La Resistencia de la Sombra
Mirando de nuevo estas dos figuras deterioradas, no se puede evitar pensar en la ironía. Fueron creadas para proyectar una idea de poder eterno y divino, y sin embargo, su existencia material ha resultado tan frágil. El yeso se agrieta, los colores se desvanecen, los rostros se vuelven irreconocibles. Y aun así, la sombra de la idea que llevan permanece. El fresco ha sobrevivido a incendios, guerras, revoluciones, siglos de indiferencia y momentos de reconocimiento. Quizás su verdadera fuerza nunca estuvo en sus colores brillantes o en sus materiales preciosos, sino en esta capacidad de las imágenes para transmitir conceptos abstractos de poder a través del tiempo y el espacio. El cuerpo material del imperio se pierde, pero su fantasma—de alguna manera, persiste mirándonos desde la pared.
Bibliografía
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